“Atacar las jerarquías literarias ─que es también atacar la institución Literatura y el sistema industrial de publicación─ para construir en el afuera de ese espacio vacío (vaciado) la secuencia de un programa propio”, escribe Eric Schierloh (La Plata, 1981) en un pasaje de La escritura aumentada (Eterna Cadencia, 2021) que condensa, en buena medida, el espíritu de este libro, que compila una serie de artículos que, en su mayoría, fueron publicados originalmente en la web.

Eric Schierloh se define, ante todo, como un editor artesanal. Es decir, como alguien que asume “una serie concatenada de oficios” que van desde la escritura y la traducción hasta el diseño y la corrección, pasando por el arte gráfico. Desde ese lugar, Eric escribe un libro urgente, coyuntural, en el que, además de hacer un diagnóstico preciso del sector editorial, propone una alternativa al sistema tradicional de publicación. Del DIY (do it yourself) al DIWU (do it with us), apelando a la independencia y autogestión de los medios de producción, Schierloh propone “no abastecer al aparato de producción, sino transformarlo”. Para eso, sostiene, el escritor debiera repensar sus funciones, comenzando, número uno, por involucrarse con el libro más allá del texto.

“Desarrollá habilidades prácticas más allá de la escritura”, escribe Schierloh en un decálogo titulado Cómo prepararse para el colapso del sistema industrial de publicación, y sugiere, concretamente, una lista de habilidades prácticas a desarrollar más allá de la escritura: “lectura creativa, reescritura y apropiación, traducción y versión, impresión utilizando diversas técnicas y soportes, diseño, dibujo, fotografía, edición como continuación de la lectura y ejercicio de un criterio, encuadernación, reutilización de materiales, mecanismos de financiación, estrategias de distribución, convivencia en una comunidad de semejantes, etcétera. Es decir, aumentá la escritura. Porque la escritura aumentada es el camino natural hacia la edición artesanal”.

La segunda persona (“desarrollá…”) que aparece en este decálogo, habilita una pregunta crucial: ¿A quién le habla Schierloh?

¿Quién podría llegar a ser el destinatario de este mensaje?

Ya desde el título, este libro le habla a un hipotético escritor, eso está claro. La pregunta es: ¿qué escritor, que persona con la vocación de escribir, tendría intenciones de hacer, también, además de escribir, tantas otras cosas? Es decir, ¿por qué alguien que escribe o intenta escribir ─algo que, quien lo haya intentado lo sabe, demanda un tiempo y un esfuerzo considerables─ querría reducir ese tiempo y direccionar su energía vital, ya no a escribir sino a asumir, además de la escritura, una decena de oficios?

César Aira (que, es sabido, escribe, religiosamente, todos los días) suele decir que él es uno de los extraños casos de escritores a los que les gusta escribir. En su opinión, abundan los escritores a los que no les gusta escribir, los escritores que hacen el esfuerzo de escribir un libro cada diez años como para renovar el carnet y así poder seguir gozando del estatus y los beneficios sociales que suponen la identidad de escritor.

Se me ocurre que el libro de Schierloh podría estar hablándole a esta clase de escritor. Al que quizá en algún momento le salió, le nació, pero ahora ya no le sale, no le nace. Le cuesta. “La pregunta, hoy como entonces”, escribe Eric a modo de corolario de un breve perfil de Ulises Carrión, “es, claro: ¿cómo se abandona la literatura sin abandonar la escritura?”. En esa pregunta hay una clave. La palabra abandono.

Cruzado por el abandono, por un irse, este libro allana ─pavimenta y suaviza─ el siempre accidentado camino de la renuncia a aquello que en algún momento pudo haber sido el motivo central de una vida (y ya no), y plantea una salida posible: irse, sí, pero sin irse del todo; iniciar una transición desde la escritura literaria hacia la edición artesanal (un lugar donde, entre otras cosas, se puede, incluso, si se quiere, seguir ejerciendo, a otra escala, la escritura literaria).

Si dividiéramos La escritura aumentada en propuesta y diagnóstico, probablemente ubicaríamos lo más interesante de este libro en la zona de diagnóstico, donde Schierloh arma un mapa certero de la industria editorial, marcando, incluso, diferencias entre las editoriales artesanales y las llamadas, en general, editoriales independientes (“¿por qué la edición independiente no desarrolla a fondo una vocación estética por el libro?”).

En contra de la estandarización y lo seriado, Eric imagina un mundo en el que no haya fronteras entre productores y consumidores y despliega al menos tres ideas interesantes con relación a la edición: reivindica el error (“que la falla y el error tengan lugar en los procedimientos”), hace un cuestionamiento infrecuente con relación a los puntos de venta (“que los libros no estén presentes en ciertos lugares colabora con la identidad de nuestra marca”) y destaca el masivo rechazo de las editoriales artesanales al ISBN como “una postura ideológica frente a la burocracia de la industria editorial”.

Tal vez alguien podría achacarle a Schierloh que en este libro esté invitando a que los escritores hagan, en síntesis, lo que hizo él mismo, a que se inicien en el camino que ─probablemente de un modo más intuitivo que programático─ él mismo recorrió, a que abandonen la literatura para convertirse en editores artesanales, pero frente a esta posibilidad habría que destacar algo importante: Schierloh no es un (mero) intelectual. No es un teórico. Schierloh es, ante todo, un hombre que trabaja, un hombre que hace y que piensa (es decir, que sustenta sus ideas con la acción y viceversa, que tiene una cosmovisión que, evidentemente, se fue gestando durante años, décadas, de trabajo).

Schierloh es un hacedor que teoriza y eso, haberle puesto ─y seguir poniéndole─ el cuerpo a las ideas, no solo lo ubica en un lugar digno de especial atención, sino que habilita una potencia en la voz que comanda su discurso a la que no se le puede recriminar ni siquiera lo arbitrario: Schierloh se permite, por momentos, el “yo creo”, algo que un ensayista tradicional, muchas veces más preocupado por el blindaje argumentativo que por la fuerza de sus ideas, tal vez nunca se permitiría. Pero Schierloh, que escribe desde la praxis, con la soltura y la confianza que da la práctica, sí, se permite eso y mucho más. Asume el riesgo y, de ese modo, aporta un aire necesario, que mueve un avispero (el literario) que generalmente, amparado en las buenas formas y la conveniencia, suele estar quieto, al punto de lo anquilosado.

Por eso, sobre todo, junto con El amor por la literatura en tiempos de algoritmos (Siglo XXI, 2019), de Hernán Vanoli, un libro con el que La escritura aumentada tiene más de un punto de contacto, este libro de Schierloh resulta fundamental a la hora de pensar el presente y, sobre todo, el futuro próximo de la producción literaria en el ámbito local.

Reseña publicada originalmente en El Diletante