A tono con la época, Eterna Cadencia, la editorial porteña fundada en 2008, lanzó recientemente “Pluriversos”, una serie dentro de su catálogo que busca reunir textos que, tal como reza su presentación, apunten a “movilizar el pensamiento para desencajarlo de la tiranía de la razón y la violencia de la modernidad”.

Inaugura dicha serie, La vida no es útil, un libro con investigación de Rita Catelli y traducción de Cecilia Palmeiro, que compila ensayos basados en entrevistas y conversaciones que tuvieron lugar durante los primeros meses de la pandemia de COVID-19, en el cual Ailton Krenak –chamán, filósofo, líder indígena y escritor brasileño, nacido en Minas Gerais en 1953– hace “una invitación a dejar la neurosis del individualismo, y escuchar y sentir la presencia de todo lo que nos rodea”.

Con denuncias hacia la concentración de poder y riqueza, destacando iniciativas que van desde la agroecología a la permacultura, considerando a la Tierra, ante todo, como un organismo vivo, Krenak propone, entre otras cosas, que, en un contexto como el actual, de desastre ambiental, de angustias y ansiedades varias a nivel individual y colectivo, es importante “despertar nuestro poder interior y dejar de perseguir a un culpable a nuestro alrededor: una corporación, un gobierno”.

Frente a un mundo dominado por el capitalismo financiero, donde los que ganan y los que pierden son siempre los mismos, Krenak se remonta a sus ancestros y destaca eventos que, en el trajín de la vida cotidiana, de la lucha por la subsistencia, al común de los mortales habitualmente se nos pasan por alto. Eventos trascendentes, como, por ejemplo, los sueños, el acto de soñar. “Nosotros y la Tierra somos la misma entidad, respiramos y soñamos con ella”, dice, en ese sentido, y nos invita a estar atentos a aquello que los sueños nos dicen con relación al vínculo que existe entre nosotros, los humanos, y el planeta.

Escéptico ante la técnica (“todo lo que nos dio la técnica son juguetes”), observa que, en una época inmersa en el consumismo, la gente hoy en día elige “nacer en hospitales y luego vivir blindados respecto de la posibilidad de morir”, viviendo una especie de falsificación de la vida. Un problema central, advierte, radica en nuestra concepción del tiempo (“Creo que nuestra idea de tiempo, nuestra manera de contarlo y verlo como una flecha –siempre yendo a alguna parte– está en la base de nuestra equivocación, en el origen de nuestra desconexión de la vida”), a la vez que hace un llamado a que, como especie, no nos rindamos ante el “terrorismo de la modernidad”, a que “invoquemos la experiencia de habitar armoniosamente el cosmos”.

También, en estos textos, cuestiona la idea de la vida como algo útil (“La vida es fruición, es una danza, solo que es una danza cósmica, y queremos reducirla a una coreografía ridícula y utilitaria”), idea que ve apuntalada por “las religiones, la política, las ideologías”, a la vez que plantea que los gobiernos virtualmente han dejado de existir, que estamos gobernados por grandes corporaciones, y lanza críticas certeras a los “grandes grupos educativos, universidades y toda esa superestructura que occidente armó para mantener al mundo acorralado”. Críticas que aparecen expresadas de un modo enérgico: “Eso que llaman educación es, de hecho, una ofensa a la libertad de pensamiento, es tomar a un ser humano que acaba de llegar, endilgarle ideas y soltarlo para que destruya el mundo”. “Para mí eso no es educación”, dice, “sino una fábrica de locura que la gente insiste en mantener”. En lugar de seguir sosteniendo esta fábrica de locura, Krenak propone aprender junto con los niños, no pretender enseñarles; volver a una comunidad donde no haya profesor, donde todos aprendan; una comunidad que comience en el seno de la familia, donde todos –desde el bebé hasta la abuela– estén involucrados.

A la hora de abordar ciertas iniciativas sustentables, Krenak es polémico. El reciclaje, el compost casero, la separación de residuos, los autos eléctricos y demás, son iniciativas que considera, lisa y llanamente, inútiles, ya que percibe en ellas trampas del sistema para continuar con el modelo de consumo y no abordar problemas de fondo. El discurso de Krenak –en el que no hay lugar para la duda– puede resultar algo chocante, por momentos. Hay que tener paciencia, hay que hacer un esfuerzo como lector para sintonizar con su voz, una voz asertiva y hasta admonitoria, que, por momentos, parece estar aleccionándonos, sin más. Eso sucede. Lo que se puede decir en su favor, como para matizar, en este sentido, es que, en épocas como las que vivimos, de un gran negacionismo con respecto a cuestiones medioambientales, un tono fuerte, tajante, que, aún con falencias, se imponga, con personalidad, no solo es válido sino también necesario.

En ese sentido, este libro que oportunamente edita Eterna Cadencia, un libro que nos invita a reflexionar sobre cuestiones tan básicas como urgentes, como, por ejemplo, el hecho de pensar “de dónde viene lo que comemos, a dónde va el aire que exhalamos” (a pensar y no quedarnos solo ahí, pensando, en el regodeo teórico, sino también a actuar en consecuencia de un modo radical, cortando de raíz ciertas conductas nocivas para todos), funciona como una daga al corazón del antropocentrismo y nos interpela; nos llama a despertar nuevamente algunos sentidos aletargados, a estar más atentos a todo aquello que nos rodea, a nuestra relación con el resto de las especies y con la Tierra, ese lugar –ese organismo vivo– que, circunstancialmente, este rato, mientras dure, nos cobija.

La vida no es útil. Ailton Krenak. Traducción de Cecilia Palmeiro. Eterna Cadencia, 2023. 88 págs.